El cohete de juguete que tocó las estrellas

Érase una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Martín, a quien le encantaban los cohetes y las estrellas. Pasaba horas mirando al cielo nocturno, soñando con poder volar entre las estrellas.

Un día, mientras paseaba por la juguetería del pueblo, Martín encontró un cohete de juguete muy especial. El dueño de la tienda le dijo que era un cohete mágico que, si lo lanzaba al cielo en una noche estrellada, podría llevarlo hasta las estrellas mismas.

Emocionado, Martín utilizó todos sus ahorros para comprar el cohete y esa noche, sin dudarlo, salió al patio trasero de su casa. Levantó el cohete hacia el cielo estrellado y ¡zas! Lo lanzó con todas sus fuerzas.

Para su sorpresa, el cohete comenzó a brillar y cobró vida propia, elevándose rápidamente por encima de los árboles. Martín se agarró a una de las alas del cohete y se vio a sí mismo ascendiendo a una velocidad vertiginosa.

Pronto, Martín se vio rodeado por las estrellas, brillando y parpadeando a su alrededor. Se sentía emocionado y un poco asustado, pero también muy feliz de estar cumpliendo su sueño de tocar las estrellas.

De repente, el cohete empezó a temblar y a perder altura. Martín miró hacia abajo y se dio cuenta de que estaban muy lejos de la Tierra. Entró en pánico y gritó: ‘¡Cohete, por favor, no me falles ahora!’. El cohete hizo un ruido extraño y parecía estar perdiendo potencia.

En ese momento, una estrella fugaz pasó volando cerca de ellos. Martín tuvo una idea brillante y exclamó: ‘Estrella, estrella, por favor ayúdanos a volver a casa’. La estrella se detuvo en el aire y le habló suavemente: ‘Querido Martín, para regresar a la Tierra, debes seguir la estrella polar. Ella te guiará de vuelta a casa’.

Martín miró a su alrededor y vio a lo lejos cómo brillaba la estrella polar en el firmamento. Sin dudarlo, le dio las gracias a la estrella fugaz y dirigió el cohete hacia la estrella polar. A medida que se acercaban, el cohete recuperó fuerzas y velocidad.

Finalmente, el cohete de juguete y Martín llegaron de nuevo a la Tierra sano y salvo. Aterrizó suavemente en el patio trasero de su casa, justo al lado de su perro, que ladraba emocionado.

Martín salió del cohete, aún temblando de emoción, y prometió nunca más subirse a un cohete sin antes saber cómo regresar. Miró agradecido hacia el cielo estrellado y susurró: ‘Gracias, estrellas, por hacer mi sueño realidad’.

Desde ese día, Martín siguió amando las estrellas y los cohetes, pero ahora siempre recordaba mirar la estrella polar antes de emprender un nuevo viaje hacia lo desconocido.


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