Érase una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Pedro que soñaba con volar. Cada noche, miraba al cielo estrellado deseando tener alas para surcar las nubes. Pedro pasaba horas construyendo aviones de papel, intentando encontrar la manera de hacerlos volar.
Un día, mientras Pedro paseaba por el bosque, se encontró con un viejo y sabio inventor llamado Miguel. Miguel le preguntó a Pedro por qué parecía tan preocupado, y el niño respondió: "Sueño con volar, pero no sé cómo hacerlo".
El inventor sonrió y le dijo a Pedro: "Tengo una idea que podría ayudarte. Ven a mi taller esta tarde y lo descubrirás".
Pedro estaba emocionado y no pudo esperar a ver qué le esperaba en el taller del inventor. Cuando llegó, Miguel le mostró un montón de piezas de metal. "Hemos creado juntos una bicicleta voladora", anunció Miguel.
Los ojos de Pedro se iluminaron de emoción. Trabajaron juntos durante días, uniendo cada pieza con cuidado y asegurándose de que todo estuviera en su lugar. Finalmente, la bicicleta voladora estaba lista para ser probada.
Pedro subió a la bicicleta, hizo algunos ajustes y, con un empujón, ¡despegó del suelo! Voló sobre los árboles, sintiendo el viento en su rostro y la emoción en su corazón. ¡Estaba volando!
De repente, escuchó un crujido y la bicicleta comenzó a descender. Pedro se dio cuenta de que una de las alas se había dañado. Entró en pánico, pero recordó las palabras del inventor: "Nunca te rindas, siempre hay una solución".
Con determinación, Pedro buscó un lugar seguro para aterrizar. Cuando tocó tierra, examinó el daño y se puso manos a la obra. Recordando cómo habían construido la bicicleta, ideó una solución creativa. Usando algunas ramas y cuerdas que encontró en el bosque, Pedro reforzó el ala dañada y aseguró que todo estuviera en su lugar.
Una vez más, Pedro se elevó en el aire con su bicicleta voladora. Esta vez, voló más alto y más lejos que nunca. Mientras volaba, vio el pueblo desde arriba y sonrió. Había encontrado una solución al problema y cumplido su sueño de volar.
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