Érase una vez en un pequeño pueblo situado al pie de un imponente volcán, vivía un niño llamado Mateo. Mateo era muy curioso y le encantaba explorar la naturaleza que le rodeaba. Un día, mientras jugaba cerca del volcán, sintió un ligero temblor en la tierra y vio cómo el volcán empezaba a lanzar humo y piedras calientes por su cráter.
Asustado, Mateo decidió acercarse al volcán y le preguntó:
– ¿Por qué estás tan enojado, volcán?
El volcán, con una profunda voz, le respondió:
– Estoy enfadado porque siento mucha presión en mi interior y necesito liberarla de alguna manera, pero no sé cómo hacerlo sin causar daño a los demás.
Ante estas palabras, Mateo recordó una leyenda que decía que los volcanes podían encontrar paz si lograban comunicarse con las criaturas que habitaban en lo más profundo de la Tierra.
Decidido a ayudar al volcán, Mateo emprendió un viaje hacia lo desconocido. Descendió por cavernas oscuras y pasadizos estrechos hasta llegar a una cueva donde habitaban unas misteriosas criaturas hechas de lava y roca.
Con valentía, Mateo se acercó a las criaturas y les contó sobre la difícil situación del volcán. Las criaturas, conmovidas por la historia, le ofrecieron una solución:
– Si logramos conectar al volcán con el río subterráneo de lava, podremos aliviar su presión y evitar que entre en erupción.
Emocionado, Mateo y las criaturas de lava trabajaron juntos cavando un túnel secreto que conectaba al volcán con el río subterráneo. Poco a poco, la presión en el interior del volcán empezó a disminuir y el humo cesó.
Finalmente, el volcán se tranquilizó y con una voz suave le dijo a Mateo:
– Gracias por ayudarme a encontrar la paz, pequeño amigo. Desde ahora, siempre hablaré contigo en tiempos de dificultad.
Y así, Mateo se convirtió en el niño que hablaba con los volcanes, un guardián de la armonía entre la Tierra y sus maravillas naturales.
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