Érase una vez en un circo muy especial, donde todos los artistas eran animales que hablaban y se comportaban como personas. En este circo, destacaba un trapecista llamado Tito, un pájaro carpintero con plumas de colores brillantes y un talento excepcional para volar alto en el trapecio.
Tito soñaba con poder tocar las estrellas mientras realizaba sus acrobacias, pero siempre se quedaba a centímetros de alcanzarlas. No importaba cuánto se esforzara, las estrellas parecían estar fuera de su alcance.
Un día, Tito decidió hablar con su amiga la maga Melodía, una elefanta sabia y bondadosa. Le contó sobre su deseo de tocar las estrellas y cómo se sentía frustrado por no poder lograrlo.
La maga Melodía lo escuchó atentamente y le dijo: «Querido Tito, las estrellas son un misterio que solo puedes resolver si encuentras la clave en lo más profundo de tu corazón. Debes buscar en tu interior y descubrir qué es lo que realmente te impulsa a querer tocar las estrellas».
Con estas palabras en su mente, Tito se puso en marcha para descubrir la clave que le permitiría cumplir su sueño. Durante días y noches, reflexionó sobre su pasión por el trapecio, por volar alto y por la sensación de libertad que le brindaba.
Finalmente, en el momento en que estaba a punto de realizar su próxima acrobacia, Tito sintió una conexión especial con el trapecio, con el viento que acariciaba sus alas y con el brillo de las estrellas en el cielo. En ese instante, comprendió que la verdadera magia no estaba en tocar las estrellas, sino en sentir la emoción de intentarlo.
Con esta revelación, Tito se lanzó al trapecio con una determinación renovada. Realizó acrobacias nunca antes vistas en el circo, volando más alto y más lejos que nunca. Y aunque las estrellas seguían siendo un sueño distante, Tito sintió en su corazón que, de alguna manera, las estaba tocando con cada vuelo que realizaba.
Al final de su actuación, todos los animales del circo lo ovacionaron y lo felicitaron por su increíble actuación. Tito se sintió lleno de alegría y gratitud, sabiendo que, aunque no pudiera tocar las estrellas con sus alas, las había tocado con su valentía y su pasión.
Y así, el trapecista Tito comprendió que la verdadera magia no estaba en alcanzar lo inalcanzable, sino en disfrutar del viaje y de las enseñanzas que nos deja cada experiencia.
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