Érase una vez, en el colegio de Villa Cuentitis, la clase de historia del profesor Don Librito. El buen profesor tenía una clase muy especial preparada para sus alumnos ese día: viajarían a Egipto para aprender sobre los faraones y las pirámides.
Los niños estaban emocionados con la idea de viajar en el tiempo y conocer esa fascinante cultura. Subieron a la máquina del tiempo del profesor y en cuestión de segundos, ¡estaban en pleno Antiguo Egipto!
En su viaje, los niños conocieron al faraón Raúl, un faraón muy sabio que les contó historias sobre las pirámides y los jeroglíficos. Pero de repente, un misterioso problema surgió: la pirámide de Keops había desaparecido misteriosamente y Raúl no sabía qué hacer.
Los niños, con valentía, se ofrecieron a ayudar al faraón Raúl a encontrar la pirámide perdida. Decidieron dividirse en equipos y buscar pistas por todo el desierto. Pronto, encontraron unas extrañas huellas que los llevaron a un oasis escondido.
Allí, se encontraron con la malvada Seshat, una hechicera que pretendía destruir la pirámide para siempre. Los niños, con astucia, idearon un plan para detener a Seshat y salvar la pirámide de Keops.
―¡Alto ahí, Seshat! ―gritó valientemente Marta, la líder del grupo―. No permitiremos que destruyas esta maravilla del Antiguo Egipto.
Seshat, sorprendida por la determinación de los niños, se detuvo y escuchó lo que tenían que decir.
―Por favor, Seshat, entendemos que quizás tengas tus razones, pero destruir la historia no es la solución. Si nos ayudas a encontrar la verdadera razón de tu enfado, tal vez podamos ayudarte de alguna manera ―propuso Dani, el más diplomático del grupo.
Las palabras de los niños resonaron en el corazón de Seshat, quien finalmente confesó que se sentía sola y olvidada en el desierto, y que había pensado que al destruir la pirámide obtendría la atención que tanto anhelaba.
Los niños, con empatía, consolaron a Seshat y le prometieron que siempre sería bienvenida en su grupo de amigos. La hechicera, con lágrimas en los ojos, agradeció el gesto y devolvió la pirámide de Keops a su lugar original.
Acompañados ahora por Seshat, los niños regresaron con el faraón Raúl, quien los recibió con alegría al ver que habían resuelto el misterio de la pirámide perdida.
Como recompensa, Raúl les otorgó a cada uno una piedra preciosa del Nilo como símbolo de amistad y valentía. Los niños, felices y orgullosos, regresaron a su época con el corazón lleno de gratitud por la maravillosa aventura que habían vivido en el Antiguo Egipto.