Érase una vez en el trópico, en lo más profundo de la selva, una pequeña rana llamada Renata. Renata era una rana diferente a las demás, ya que soñaba con poder volar por los cielos, tal y como lo hacían las mariposas y los pájaros.
Una noche, mientras observaba una preciosa mariposa revolotear entre las flores, Renata suspiró con tristeza. «¡Oh, qué daría por poder volar como ella!» se lamentaba la rana.
De repente, una antigua tortuga sabia que vivía en un estanque cercano, escuchó el lamento de Renata y decidió ayudarla. «Renata, querida rana, no te entristezcas. Tengo en mi poder un antiguo hechizo que podría concederte unas alas mágicas para volar», dijo la tortuga.
Emocionada, Renata aceptó la oferta de la tortuga sin dudarlo. La tortuga entonces recitó un conjuro antiguo y sopló sobre Renata, quien de repente sintió un cosquilleo en la espalda. Al mirarse al agua del estanque, Renata vio con asombro que ahora tenía unas maravillosas alas de colores brillantes.
Renata saltó de alegría y se dispuso a probar sus nuevas alas. Con un poco de miedo pero mucha determinación, saltó desde una hoja en lo alto de un árbol y ¡comenzó a volar! Nunca antes se había sentido tan libre y tan feliz.
Sin embargo, pronto descubrió que las alas mágicas no eran tan perfectas como parecían. Al intentar aterrizar en una rama, se dio cuenta de que las alas eran totalmente transparentes, y le resultaba difícil juzgar la distancia correctamente.
Asustada, Renata llamó a la tortuga en busca de ayuda. «¡Oh, venerable tortuga, mis alas son invisibles y no sé cómo aterrizar sin lastimarme!» gritó la rana.
La tortuga, con calma, le dijo: «Querida Renata, todo problema tiene solución. Debes cerrar los ojos y escuchar atentamente el sonido del viento. Él te guiará hasta un lugar seguro».
Renata, confiando en las palabras de su amiga, cerró los ojos y se concentró en el suave susurro del viento. Poco a poco, fue capaz de sentir el aire acariciar sus alas y supo cómo ajustarlas para planear suavemente hacia una rama cercana.
Con un leve aleteo, Renata aterrizó con éxito en la rama y abrió los ojos, aliviada. «¡Lo logré, amiga tortuga! Gracias por tu sabiduría y paciencia», agradeció la rana.
Desde aquel día, Renata practicó día tras día escuchando el viento y aprendiendo a dominar sus alas invisibles. Con el tiempo, se convirtió en la rana voladora más experta de toda la selva, llevando alegría y asombro a todos los que tenían la suerte de verla surcar los cielos.
Y colorín colorado, este cuento de la rana Renata y sus alas invisibles se ha terminado.
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