En lo más profundo del bosque encantado vivía un grupo especial de canicas mágicas que tenían el poder de hablar. Estas canicas, conocidas como el ejército de las canicas parlantes, eran guardianes de la armonía en el bosque y estaban siempre listas para ayudar a quienes lo necesitaran.
Un día, llegó al bosque un pajarito herido llamado Lunita. Había sido atacado por un gato travieso y no podía volar. Las canicas, al escuchar sus chillidos de dolor, acudieron rápidamente en su ayuda.
―¿Qué te ha sucedido, pequeño pajarito? –preguntó Azulita, la canica más brillante del ejército.
―Un gato me atacó y ahora no puedo volar para regresar a mi hogar –respondió Lunita con voz temblorosa.
Las canicas, enseguida, se pusieron en acción. Todas rodaron hacia el gato travieso y, con sus voces mágicas, le pidieron que dejara en paz al pajarito indefenso.
―¡Miau, eso no es asunto suyo, canicas entrometidas! –maulló el gato burlón.
―Somos las guardianas de la armonía en el bosque y no permitiremos que lastimen a nuestros amigos –dijo Azulita con valentía.
Las canicas comenzaron a brillar intensamente y a girar alrededor del gato, creando una barrera de luz que lo dejó cegado. El gato, asustado, salió corriendo y prometió no volver a molestar a los habitantes del bosque.
Lunita, agradecida, miró a las canicas con ojos llenos de asombro.
―¡Gracias, amigas canicas! Sin su valentía, no sé qué habría sido de mí –expresó el pajarito conmovido.
―Estamos aquí para proteger a todos los seres del bosque y garantizar la paz –dijo Azulita con orgullo.
Desde ese día, Lunita se convirtió en amigo del ejército de las canicas parlantes y juntos vivieron muchas aventuras en el bosque encantado. La valentía y la amistad siempre reinaron en aquel lugar gracias a la bondad y el poder de las canicas mágicas.
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