Érase una vez en la sabana africana, un león llamado Leo que tenía un rugido tan potente que hacía temblar a todos los animales. Sin embargo, el problema de Leo era que no podía controlar su rugido, y cada vez que se emocionaba o se asustaba, rugía tan fuerte que asustaba a los demás habitantes de la sabana.
Un día, durante una noche despejada, Leo estaba mirando las estrellas fugaces en el cielo con asombro, cuando de repente vio una estrella muy especial que parecía brillar más que las demás. Sin dudarlo, decidió pedir un deseo a esa estrella fugaz para poder controlar su rugido.
La estrella fugaz, que resultó ser una hada bondadosa disfrazada, escuchó el deseo de Leo y decidió ayudarlo. Le dijo que para controlar su potente rugido, debía aprender a respirar profundamente y a contar hasta diez cada vez que sintiera la emoción de rugir. Leo, emocionado, agradeció a la hada y se puso manos a la obra.
Los días pasaron y Leo practicaba todos los días la técnica que le enseñó el hada. Cuando una gacela pasaba corriendo a su lado, en vez de rugir, Leo respiraba hondo y contaba hasta diez. Cuando un elefante se acercaba a beber agua al río, en vez de rugir, Leo respiraba hondo y contaba hasta diez.
Finalmente, llegó el día en que Leo tuvo que enfrentarse a su mayor desafío: una manada de hienas que intentaban robar la comida de otros animales. En ese momento, Leo sintió la emoción de rugir, pero recordó la enseñanza del hada y en vez de dejarse llevar por la emoción, respiró hondo y comenzó a contar hasta diez: uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez.
Para sorpresa de todos, en vez de un rugido aterrador, lo que salió de la boca de Leo fue un susurro suave que decía: Por favor, dejen en paz a los demás animales, en un tono tan tranquilo que incluso las hienas se sintieron conmovidas y decidieron irse sin causar problemas.
Desde ese día, Leo se convirtió en el león más respetado de toda la sabana, no solo por su fuerza, sino por su control y sabiduría al hablar. Y cada vez que veía una estrella fugaz en el cielo, recordaba la valiosa lección que había aprendido: que el verdadero poder no está en la fuerza bruta, sino en la calma y el control de nuestras emociones.
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