Érase una vez en una ciudad encantada, un soldadito de madera muy valiente que vivía en una pequeña juguetería. Todas las noches, cuando la tienda cerraba, el soldadito cobraba vida y se paseaba por las calles desiertas.
Un día, la ciudad fue amenazada por un terrible dragón que lanzaba llamas por la boca y destruía todo a su paso. Los habitantes estaban aterrorizados y no sabían qué hacer para detener al dragón.
El valiente soldadito de madera, al enterarse de la situación, decidió enfrentarse al peligroso monstruo. Se acercó al dragón y, sin dudarlo, le dijo:
– ¡Alto ahí, dragón! No permitiré que destruyas nuestra ciudad y hagas daño a la gente.
El dragón, sorprendido por la valentía del pequeño soldadito, se detuvo un momento y le respondió con voz atronadora:
– ¿Y tú quién crees que eres para desafiarme, soldadito de madera? Soy invencible y ninguna criatura en esta ciudad puede detenerme.
Pero el soldadito, con ingenio y astucia, le propuso al dragón un desafío:
– Te propongo un juego, querido dragón. Si logro vencerte en un concurso de adivinanzas, deberás marcharte y prometer no volver nunca más a nuestra ciudad. ¿Aceptas el reto?
El dragón, seguro de su inteligencia, aceptó la propuesta y el concurso dio comienzo. El soldadito de madera, con sus pequeñas manos, formulaba preguntas ingeniosas y acertijos complicados que el dragón no podía responder.
Finalmente, después de varios intentos fallidos, el dragón se rindió y le prometió al soldadito que cumpliría su palabra y no volvería a molestar a la ciudad. La gente, que había seguido el concurso desde lejos, salió a las calles a celebrar la valentía y la astucia del pequeño soldadito de madera.
Desde ese día, el soldadito se convirtió en el héroe de la ciudad y todos le admiraban y querían conocerlo. Pero él, modesto y humilde, seguía paseando por las calles en silencio, recordando en su interior la gran lección aprendida: que no importa lo pequeño que seas, siempre puedes hacer grandes cosas si tienes coraje y creatividad.
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