En un parque encantado, se alzaba un hermoso árbol solitario que, a pesar de su belleza, se sentía triste por estar solo. Todos los días veía a los demás árboles compartiendo risas y juegos con los niños que visitaban el parque, pero a él nunca se acercaba nadie.
Un día, una niña llamada Lucía descubrió al árbol solitario y se acercó a él con curiosidad. El árbol, emocionado de tener finalmente compañía, le dijo: «¡Hola, pequeña! ¿Qué te trae por aquí?».
Lucía, sorprendida de escuchar al árbol hablar, respondió con alegría: «¡Hola, señor Árbol! He visto que estás solo y he decidido hacerte compañía».
El árbol, agradecido, le contó a Lucía lo triste que se sentía al ver a los demás árboles tan felices con los niños. Lucía, con una sonrisa en el rostro, le propuso: «No te preocupes, señor Árbol. A partir de hoy, seremos amigos y compartiré contigo cada día en el parque».
Desde aquel día, Lucía visitaba al árbol solitario todas las tardes. Juntos jugaban, hablaban y se contaban cuentos. El árbol ya no se sentía solo, pues tenía la mejor amiga que pudiera desear.
Un problema surgió cuando un verano, una fuerte sequía azotó la ciudad y el parque comenzó a secarse. El árbol solitario, al no poder moverse de su lugar, temía marchitarse y morir sin poder volver a ver a su amiga Lucía.
Preocupada por su amigo, Lucía se acercó al árbol y le preguntó: «¿Qué podemos hacer para ayudarte, señor Árbol?». El árbol, entristecido, respondió: «Necesito agua para sobrevivir, pero nadie puede traérmela hasta aquí».
Lucía, con determinación en sus ojos, le dijo al árbol: «No te preocupes, tengo una idea. Espera aquí, volveré pronto».
La niña corrió hasta su casa y agarró un cubo grande. Llenó el cubo con agua en la fuente del parque y, con mucho esfuerzo, lo llevó hasta el árbol solitario. Derramando el agua a los pies del árbol, Lucía le dijo: «Aquí tienes, señor Árbol. No permitiré que te marches, eres mi mejor amigo».
El árbol, sintiendo el agua revitalizante a sus raíces, se llenó de vida nuevamente. Sus hojas, que estaban marchitas, comenzaron a recuperar su color verde y sus ramas a reverdecer.
Agradecido y emocionado, el árbol le dijo a Lucía: «¡Gracias, querida amiga! Gracias a ti, he vuelto a la vida. Eres verdaderamente especial».
Desde ese día, Lucía continuó cuidando al árbol solitario, asegurándose de que nunca más le faltara agua o compañía. Juntos, demostraron que la verdadera amistad todo lo puede y que, con amor y dedicación, se pueden superar todos los obstáculos.
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